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El estudio de Yoga, ¿necesidad u obligación?

El estudio de Yoga, ¿necesidad u obligación?

Es una pregunta que muchos profesores de yoga se hacen en voz baja, en la intimidad de su esterilla: ¿hace falta un estudio para ser "alguien" en este mundo?

La verdad es que no. No se trata del lugar. Se trata de tu propósito.

Recuerdo mi primer centro en Palermo. Era un lugar hermoso, un estudio de lujo, el primero de ese nivel. Pero no lo habían creado profes de yoga. Lo habían montado personas con dinero. Y punto. Ellos esperaban que la gente simplemente llegara, sin entender que nosotros vivíamos de dar clases. Sentía que mi pasión quedaba encerrada en la vidriera, invisible para el mundo. Mi corazón me gritaba que hiciera algo distinto.

Era 2007. Todos se promocionaban en revistas especializadas o dejaban flyers en dietéticas. Y yo pensé: "¿Y si voy por otro lado?". Hice unas postales hermosas. Las conservo hasta hoy. Fui la primera en atreverme a hacerlo así. Las hice a través de Look&Take, una empresa que promocionaba marcas de cerveza y teatro, nada que ver con yoga. Pero ahí estaba yo, con mi foto, con mi propuesta. Creándome una vidriera donde no había ninguna. Y entonces ocurrió: empezaron a llegar mensajes, consultas, alumnos. No por tener un lugar, sino por atreverme a crearlo.

Ese fue mi primer gran entrenamiento en algo más profundo: el desapego del resultado.

Me acuerdo de estar sentada en la plazoleta de enfrente. El sol tibio de la tarde, el murmullo de los autos. Y una certeza que me vibraba en los huesos: "Voy a estar cuatro años acá. Después... algo va a pasar. No sé qué, pero me va a volar la cabeza." Y pasó. Cuatro años después, sin pensarlo, me fui. Pero la promesa estaba ahí. Latente. Y fue en India, a miles de kilómetros de mi casa, completamente sola, donde ese recuerdo volvió con la fuerza de un rayo. Lo entendí todo. Los cuatro años, la intuición, la necesidad de moverme. Mi alma ya lo sabía. La India me esperaba. Fue el cumplimiento de una profecía que yo misma había sembrado.

Después vino todo lo demás.

En 2016, abrí mi propio estudio. Un espacio mío, lleno de mi impronta. Hice grafitis en las paredes, traje a mi Maestro desde la India, creé una comunidad. Pero también: abría, cerraba, hacía redes, grababa videos. Me mostraba un montón, no sé de dónde sacaba la fuerza. Me di cuenta de que era como un trabajo común y que había perdido mi libertad. A veces volvía a casa a las 10 de la noche, y tenía que sacrificar salidas o cumpleaños. El estudio me tenía a mí, no yo al estudio.

Y ahí entendí algo: el desapego de la comodidad también es evolución.

Aunque ya tenía un equipo, mi voz interna me lo dijo claro: habías perdido tu libertad. Y el día que lo cerré, sí, dolió. Pero también fue un acto de amor propio. Empecé a dar clases a mi manera, a mi ritmo. Fui profundamente feliz. Hoy tengo muchísimo trabajo. Y sé por qué: porque la libertad no se negocia, ni siquiera por un sueño que alguna vez anhelaste. Hoy me doy cuenta, en retrospectiva, que el estudio no me hizo feliz del todo porque mi libertad no podía ser canjeada por una posesión.

Cerrar ese estudio fue otra rueda mágica. Porque justo después vino la pandemia. Y entendí todo aún más. Escuchar al universo, una vez más, fue mi mejor inversión.

Todo este camino ha sido una danza sagrada. Creación, preservación y destrucción. Como Brahma, Vishnu y Shiva.

Y hoy lo veo con claridad: la clave no es tener un estudio. La clave es si tu trabajo te da libertad o te la quita. Uno debe escucharse a sí mismo, amoldarse a su propia esencia. Eso no lo puede enseñar un experto en marketing; es un descubrimiento propio y muy poderoso que lo cambia todo.

Les comparto este pedacito de mi historia porque sé que muchos de ustedes se sienten atocigados y cansados con las redes sociales. Lo entiendo. Porque lo que ves en la pantalla no siempre es real. Volver al origen requiere una sola cosa: conectar con tu propósito.

Y eso es lo que trabajamos, con profundidad y con amor, en mis mentorias de YOGA CON PROPÓSITO.

Con amor, Selvi 


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